Spanglish: una película sobre la integración entre dos mundos
El encuentro entre las culturas mexicana y norteamericana
La joven Flor (Paz Vega), madre de una niña de 12 años (Cristina), sale de México rumbo a Los Ángeles. Por el amor de su hija decide empezar a trabajar como ama de llaves en la casa Clasky, una familia adinerada de Beverly Hills. La encantadora mexicana se ve envuelta en el día a día de esta familia: la pareja en crisis formada por el chef (Adam Sandler) y su esposa (Tea Leoni), en perfecta forma física pero perpetuamente histérica, y sus dos hijos (Bernice y Giorgie).
El director James L. Brooks enfatiza el encuentro entre dos culturas (mexicana y norteamericana) en el peculiar multiculturalismo que distingue a la sociedad estadounidense, en la que la contaminación y el contraste cultural se mezclan en múltiples niveles.
Sin pretender hacer un análisis exhaustivo, destaco tres aspectos de la película que me llamaron la atención desde un punto de vista intercultural.
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El idioma como barrera para la integración
Flor Moreno llega a Los Ángeles sin hablar una palabra de inglés y durante años vive en una burbuja hispana dentro de la ciudad, tratando de recrear un ambiente lo más parecido posible al que dejó, para no sentir nostalgia. Esto significa que vive durante 6 años en un mundo paralelo, que dejará solo cuando, por el amor de su hija, acepte el trabajo en casa de la familia de Beverly Hills, obligándose a enfrentar el mundo fuera de la burbuja. En una primera fase, dependerá en gran medida de las habilidades lingüísticas de su hija, y luego comenzará a estudiar inglés a un ritmo rápido y se integrará gradualmente en la nueva vida.
Vivir en una burbuja lingüística, y en consecuencia social, a menudo también caracteriza la vida de los expatriados, que en países culturalmente alejados del suyo tienden a agruparse, creando un mundo aparte, compuesto de reglas, hábitos y costumbres que nada tienen que ver con la cultura local. Esta actitud, absolutamente comprensible ante una importante brecha cultural, sin embargo, corre el riesgo de excluir esa integración en la cultura local que representa la parte más enriquecedora de la experiencia.
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Los niños como bisagra entre dos culturas
Esta película destaca cómo las nuevas generaciones a menudo tienen el papel de acercar a los padres a la cultura del país de acogida. Por un lado, el deseo de los padres de lograr lo mejor para sus hijos, por otro lado la mayor facilidad de aprendizaje del idioma de sus hijos, su confrontación diaria con el grupo de pares y su deseo de pertenencia, ayudan a sentar las bases para una integración gradual en el tejido social local. En el caso de la inmigración económica, como la de Flor y Cristina, este fenómeno suele ir acompañado del de la redención social, que el éxito escolar de los niños posibilita.
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Integración no significa asimilación
Refiriéndonos al modelo de adaptación cultural de Berry, podemos observar cómo Flor inicialmente hace todo lo posible para evitar cualquier contacto con la cultura estadounidense y se refugia en su cultura de origen, implementando una estrategia de separación real, mientras su hija Cristina atraída por el estilo de vida de la familia para la que trabaja su madre, corre el riesgo de perder su propia identidad cultural al sumergirse por completo en el nuevo mundo y hacer suyos los valores de la cultura estadounidense, desde la escuela privada hasta las compras, implementando una estrategia de asimilación cultural. Este contraste es motivo de un choque entre madre e hija, que adoptan estrategias opuestas de aculturación. Emblemática es la pregunta de Flor a su hija durante una de sus discusiones: “¿Estás realmente segura de que quieres convertirte en algo tan diferente a mí?”.
Toda la trama de la película gira en torno a la búsqueda de un equilibrio entre el mantenimiento de la propia identidad cultural y la adaptación al país de acogida, entre el deseo de la hija de conquistar el nuevo mundo y la preocupación de la madre por mantener sus orígenes. Un equilibrio que se llama integración. La frase que concluye la carta de presentación de Cristina en la Universidad de Princeton es simbólica: "La aceptación en su universidad me emocionaría, pero no me definirá. Mi identidad está basada firmemente y felizmente en un hecho: soy la hija de mi madre ".
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